¡Hola, soy Lydia!
Me cuesta un poco hablar sobre mí, más que nada porque tengo la sensación de no saber aún del todo quién soy, pero cada día me descubro un poco más, así que te contaré algunas cosas.
Llegué al mundo un 21 de marzo. Me gusta pensar que haber nacido el mismo día que comienza la primavera tiene mucho que ver con mi amor por las flores, mi sensibilidad y mi temor al frío.
Amo la luz, a veces llego tarde a los sitios por quedarme jugando con las sombras, casi siempre llevo encima alguna cámara compacta analógica y no concibo la vida sin música, así que voy creando listas cada año y para cada momento a modo de banda sonora. Los atardeceres hacen que me quede sin habla, el mar me cura y me calma, me apasionan las conversaciones honestas, me flipan las personas que no tienen miedo de mostrarse vulnerables, creo que los abrazos pueden salvar y que sin el amor no somos nada.
Estudié Laboratorio de Imagen a los veintipocos y casi por casualidad. Allí empecé a entender cómo funciona la luz entre químicos, ampliadoras, rollos de películas y papeles fotosensibles. Fue el inicio de pasión por capturar la belleza que me rodea y lo que transformó mi mirada y me enseñó esa particular manera de ver en blanco y negro que comparto en mis cursos de retrato.
Pero mi amor por la fotografía ya venía de mucho antes. Desde bien pequeñita, cada poco tiempo tenía la costumbre de rebuscar en los armarios de casa y sacar una caja enorme donde mis padres guardaban aquellos típicos sobres de Kodak con un apartado grande donde estaban las fotos impresas y otro pequeñito para los negativos. Iba sacando uno a uno, parando a mirar cada una de las fotos que contenía, volviendo a recordar cada uno de esos momentos vividos, y casi que volviendo a sentirlos de nuevo.
Al poco de estar delante de esos sobres, siempre aparecían mis padres y soltaban un «¿otra vez has sacado las fotos?» mientras se acercaban a ver cuáles estaba mirando, me contaban algo sobre aquel momento que yo no recordaba y acababan por sentarse junto a mí a revisar de principio a fin toda esa montaña de sobres llenos de momentos que decidieron hacer eternos.
Tengo muy mala memoria, así que creo que los recuerdos que tengo de mi infancia son gracias a coger una y otra vez esa caja, revisar cada una de esas fotografías hasta la saciedad y volver a contar y a revivir todos esos momentos.
Entendí que la fotografía es identidad y legado, así que no es de extrañar que en cuanto me hice con mi primera cámara, pasara a ser yo quien generaba esos recuerdos.
Creo que mi obsesión por querer hacer fotos siempre de todo y todos es para asegurarme de tener un lugar al que volver.
Los autorretratos llegaron un poco más tarde, en un momento en el que me había perdido y no sabía cómo volver a mí. Cuando me miraba al espejo tenía la sensación de ver a una desconocida, no me sentía cómoda con mi cuerpo y cuando veía a alguien con una cámara, yo hacía todo lo posible por evitarla. Cada vez me sentía más extraña en mi propio cuerpo hasta que llegó el día en el que entendí que no podía seguir así, y se me ocurrió que si me fotografiaba, a fuerza de mirarme una y otra vez, acabaría por dejar de ver esa imagen como si fuera ajena a mí. Planté delante mía un trípode, una cámara y así comenzó esta aventura de aprender a verme, reconocerme y aceptarme. Y no, las primeras fotos que salieron no me gustaron, o más bien, no me gustaba lo que veía de mí, además de lo difícil que me resultaba enfocar y encuadrar sin tener ningún mando a distancia, app en el móvil ni nada así. Hablamos de 2011 y de una Canon bastante básica. Aún así, algo me decía que debía seguir.
Contra todo pronóstico, resulta que lo de hacerme autorretratos de forma constante sí que me ayudó a cambiar la forma en la que me miraba, y además empezó a ser un modo de dejar salir mis emociones. Más tarde llegó la escritura para acompañar mis autorretratos y de esa unión nació mi forma de expresión y de compartirme con el mundo.
Entendí que la fotografía podía ser una maravillosa herramienta de autoconocimiento, pero no fue hasta que una chica me escribió por Instagram y me dijo “estoy pasando por un mal momento y me gustaría que me ayudaras a dejarlo salir con unas fotos como las que tú te haces” cuando me di cuenta de que podía ayudar a otras personas a expresarse, a mostrar sus sombras y sus luces, podía prestarles mi mirada sensible, libre de juicios y creencias para ayudarles a redescubrirse y cambiar su forma de verse.
Fue en ese mismo momento cuando nacieron las Sesiones Íntimas, que es mi servicio más especial, al que más mimo y tiempo dedico, con el que más disfruto y el que más viva me hace sentir. Me gusta pensar que es mi forma de poner un granito de arena para hacer del mundo un lugar más bonito, mi manera de aportar algo a los demás. Te dejo por aquí una vía de acceso rápida para que vayas a conocerlas más de cerca y veas lo que algunas de las personas que las han experimentado dicen de ellas.
Y si después de todo esto, aún quieres conocer más de mí, puedes asomarte por mi Instagram a cotillear siempre que te apetezca, quedarte si te gusta lo que ves, o preguntarme cualquier cosa mediante mail o mensaje directo. Estoy justo aquí. ¡Hablemos!